Este artículo se ha revisado completamente en enero del 2018.
El lavado de cerebro que más éxito ha
tenido en términos de convencimiento del grueso de la población es el
relacionado con la –supuesta– responsabilidad del colesterol alto en la mortalidad
cardiovascular y su necesidad de bajarlo consumiendo medicamentos. Cuando
escribí la primera versión de este artículo, ya había acumulados suficientes
estudios científicos independientes que demostraban que todos estos supuestos
no eran ciertos.
En el año 2018, es tal la evidencia,
que asombra que gran parte del cuerpo médico todavía no se haya enterado.
Para empezar habría que considerar que
es alto: en los años 70 alto era más de 240 mg/100ml y sólo se
consideraba como posible riesgo si, además, había otros factores como ser
fumador o tener sobrepeso.
En 1984 se decidió que la cifra se
bajaba a 200 y en los años 2000 se intentó limitarla a 180. Es evidente que, cuanto más se reduce el
nivel aconsejado, más “pacientes” en buena salud necesitan un tratamiento y más
aumentan los ingresos de ciertas compañías.
Sin embargo, en personas sanas el colesterol sube de forma natural con la edad y
para una mujer o un hombre sanos en
su cincuentena una cifra de 240-260 mg/100 ml no solo puede ser completamente
normal si no que es recomendable, aunque probablemente nadie –empezando por tu
médico– te lo ha dicho.
En principio un colesterol normal
puede variar entre 150 y 300 mg/100ml
dependiendo de la constitución de la persona (1), su edad y su trabajo. Un trabajador
manual, por ejemplo, puede tener cifras de colesterol de 250mg/100ml con amplias
fluctuaciones tanto hacia arriba como hacia abajo (2) sin que eso signifique
ningún problema de salud.
A partir de los 60 años tener
suficiente colesterol es todavía más importante. Ya en 1989, el profesor
Bernard Forette, gerontólogo en un hospital de Paris comprobó que en pacientes
de más de 60 años la mortalidad más baja –incluyendo todas las causas– se daba
en el grupo de personas con un colesterol total de 272 mg/100ml, mientras que el
grupo con un colesterol de 156 mg/100ml tenía una mortalidad 5,2 veces superior
(3).
También encontró que con un colesterol
de 343 mg/100ml la mortalidad era 1,8 más elevada que en el primer grupo, lo
que sugiere que un colesterol de más de 340 también puede indicar problemas
pero que, incluso así, es menos problemático que un colesterol demasiado bajo.
Otros estudios posteriores han mostrado
lo mismo.
La conclusión es, por tanto, que a partir de los 60, un colesterol
total demasiado bajo es un factor de mayor mortalidad (3). Y no solo eso, la
tasa demasiado baja de colesterol se ha relacionado con un aumento de
depresión, ansiedad y problemas mentales, especialmente el Alzheimer (5). Por
lo que actualmente, muchos expertos en el tema, consideran que la famosa tasa máxima de 200 mg/100ml sería en realidad
el límite mínimo deseable en la mayoría de la gente.
Por ejemplo, para el doctor Henri
Joyeux, cirujano cancerólogo especialista en la prevención de enfermedades de
la civilización y profesor en la facultad de medicina en Montpellier, una tasa
ideal de colesterol total estaría entre 240-250 mg/100ml.
Probablemente no es lo que te ha dicho
tu médico y, si te acercas a las cifras normales
altas, hay bastantes posibilidades de que te receten estatinas –un medicamento con unos efectos secundarios
peligrosísimos a medio y largo plazo que incluyen, en casos leves, dolores
musculares, pérdida de tono, de agilidad mental, de vivacidad y de interés así
como problemas de memoria y baja de la libido –por no decir, pérdida total,
sobre todo en los hombres.
Si tomas esta medicación y pensabas
que los susodichos efectos eran responsabilidad de la menopausia (o de la edad
que avanza, para los señores) desengáñate... son las estatinas y cada vez hay más estudios médicos y publicaciones
independientes para probarlo.
Eso sin contar con las posibles
consecuencias graves de este medicamento que son demencia y muerte prematura
por destrucción de músculos –entre ellos el del corazón al que se supone están
protegiendo– e insuficiencia renal aguda
en personas mayores.
Tal vez te interese también saber que,
en el año 2013, las estatinas eran un
negocio de 40.000 millones de dólares anuales (añade 6 ceros a cuarenta mil). Por
lo que es uno de los medicamentos que produce más beneficios a nivel mundial;
también es uno de los mayores pozos sin fondo de la seguridad social en los
países que la tienen.
Pensando mal, no sería de extrañar que
los intereses económicos que representa el colesterol, tengan más peso que las
realidades científicas y el interés de los (falsos) pacientes.
¿Pero, qué es el colesterol?
Ya desde finales de los años 70 el
doctor Michel de Lorgeril, cardiólogo e investigador en el CNRS, junto con su
equipo, afirmaba que un colesterol excesivamente alto podía ser un marcador de
una forma de vida alterada; marcador sí, pero no culpable, por lo que bajar su
tasa en sangre por medios artificiales –léase estatinas- no aporta ninguna mejora (4).
De la misma opinión era el doctor e investigador
danés Uffe Ravnskov desde 1989, así como
el cardiólogo suizo Mikael Rabaeus, el neurólogo y experto en nutrición David
Pearlmutter (5) o el profesor Philippe Even, bioquímico y cardiólogo
francés, el que dice que no hay
colesterol malo (1).
Para entenderlos hay que conocer algo
más sobre el colesterol que lo que nos cuenta el dogma oficial. Por ejemplo,
que el colesterol es una molécula indispensable que ha tenido y tiene un papel
esencial en la evolución de la vida terrestre.
En nuestro caso –seres humanos–, asegura
la protección y ensamblaje de las membranas de los billones de células del
cuerpo, en particular de las musculares, cardíacas y nerviosas y estabiliza los
receptores hormonales, inmunológicos y neurológicos.
Además, es a partir del colesterol que
se sintetizan todas las hormonas sexuales femeninas y masculinas, las hormonas
corticoides o del stress y la vitamina D que protege nuestros huesos.
También transporta las grasas, pero el
colesterol en sí no es una grasa.
Por otro lado, es una molécula
complicadísima que necesita 36 etapas químicas sucesivas para formarse y es tan
indispensable para el cuerpo que este la recicla en permanencia –por ello,
consumir alimentos ricos o no en colesterol tiene poco o ningún efecto sobre el
colesterol total que es, sobre todo, fabricado en el hígado y liberado en el
torrente sanguíneo según las necesidades del momento.
Un detalle importante es, que al
tiempo que se fabrica colesterol y usando su mismo camino bioquímico, se sintetiza otra molécula importantísima: el mevalonato que, por su parte, va a
controlar el crecimiento celular, la inflamación y la construcción del hueso.
Es interesante saber que las estatinas no solamente bloquean la
síntesis de colesterol si no también la de mevalonato con consecuencias que pueden ser
desastrosas a largo plazo.
Si tantos médicos y cardiólogos siguen
recetando estatinas es por un lado,
por la confianza casi religiosa que tienen en el dogma establecido –afianzada
diariamente por el lobby farmacéutico– y por otro, porque no todos los médicos
tienen suficientes conocimientos de bioquímica.
Finalmente, todo el mundo ha oído
hablar del buen y mal colesterol… el supuestamente malo se llama LDL por low-density
lipoproteins o lipoproteínas de baja densidad que son proteínas que lo
transportan a los tejidos con necesidad urgente.
Es por tanto un colesterol
indispensable.
El colesterol que no es utilizado
vuelve al hígado transportado por otras proteínas las HDL o high-density
lipoproteins (lipoproteínas de alta densidad). Este es el que se ha llamado
bueno sin tener en cuenta que volverá
a salir del hígado en forma de LDL
en cuanto las células manden mensaje de necesitarlo.
Este es un ciclo permanente y vital que
varía según el tiempo y las necesidades. Por ejemplo, en un cuerpo sano, los
niveles de colesterol aumentan naturalmente un 20 % en otoño para descender
paulatinamente durante el invierno. ¿Cuántos profesionales de la salud lo
saben?... así que, mientras las cosas sigan siendo como son, más te vale que te
lo analicen en primavera o a mitad del verano.
¿Y cuál es la relación real entre
la enfermedad cardiovascular y el colesterol?
Durante más de cuarenta años nos han
contado que el consumo de grasa alimenticia aumenta una forma de colesterol
llamado malo en la sangre de millones
de personas. Este se adhiere a las paredes de las arterias y termina impidiendo
el flujo sanguíneo y la llegada de oxígeno y nutrientes al corazón, por lo que
hay que bajarlo tomando un medicamento de preferencia.
Toda la historia tiene su origen en un
estudio sesgado –es decir, donde solo se tomaron en cuenta aquellos datos que
convenían a la tesis favorecida por el investigador principal– elaborado por
Ancel Keys, un científico americano especialista en nutrición. Al final de los
años 1970 el gobierno americano, preocupado por la epidemia de enfermedades
cardiovasculares entre sus ciudadanos, hace suyas las teorías de Keys y las
oficializa en sus recomendaciones nutricionales.
Sin embargo hace ya más de dos décadas
que numerosas investigaciones han demostrado la falsedad de estas teorías (5) y
que múltiples estudios exhaustivos han fracasado en la tarea de encontrar una
correlación entre los niveles de colesterol y las enfermedades cardiacas (6).
Solamente ahora, para el periodo
2015-2020, y en la imposibilidad de ignorar la acumulación de estudios
epidemiológicos y de meta- análisis que demuestran claramente que el colesterol
y las grasas alimenticias no están relacionados con las enfermedades
cardiovasculares, se han cambiado las recomendaciones.
Aunque parece que no se ha enterado
casi nadie, empezando por la mayoría del cuerpo médico.
En la actualidad se siguen otras
pistas, especialmente la de la inflamación, para explicarse el origen de la
enfermedad cardiovascular.
Por ejemplo, durante 25 años de
seguimiento de 10 000 personas con problemas cardiacos (7) se observó que
–independientemente del nivel de colesterol- las victimas de infarto disminuían
significativamente el riesgo de sufrir otro si reducían sus niveles de
inflamación. Sin embargo, si su nivel de inflamación era alto, tenían un 25% de
posibilidades de sufrir un segundo infarto fatal en los cinco años siguientes.
El nivel de inflamación se mide con
marcadores sanguíneos como el fibrinógeno y la CRP (proteína C reactiva) que no
están relacionados con el nivel de colesterol.
En realidad, la inflamación, lleva
siendo señalada desde hace décadas por muchos profesionales de la salud, como
el origen de la mayoría de las enfermedades llamadas “de civilización”,
incluidas las cardiovasculares.
En cuanto al origen de la inflamación
–se entiende que exceptuando accidentes, exposiciones profesionales a tóxicos o
enfermedades específicas– es bastante claro: el tipo de alimentos que
ingerimos.
Si la dieta está llena de de productos
procesados y refinados aumentan las toxinas y los procesos inflamatorios. Las
membranas celulares terminan dañándose y necesitan ser reparadas; para llevar a
cabo esta reparación el organismo libera grandes cantidades de hormonas
corticoides y colesterol –el LDL que
es el que el cuerpo usa para enviar a los tejidos.
Las membranas basales de los capilares
y arterias también pueden ser dañadas en este medio ambiente tóxico,
produciéndose reacciones inflamatorias necesarias para aumentar el flujo
sanguíneo en las zonas dañadas en un intento del cuerpo de llevar oxígeno,
nutrientes y evacuar las toxinas metabólicas.
Una acumulación de episodios
inflamatorios puede producir heridas en la pared arterial con hemorragia y
peligro de formación posterior de coágulos. La medida de emergencia del organismo
para prevenir un infarto o un derrame cerebral debido a los coágulos, es
contener la hemorragia de inmediato usando la lipoproteína LP5 que, en un primer momento, sella las heridas abiertas incorporando colesterol LDL, que es la molécula reparadora por
excelencia.
Si el cuerpo se ve obligado a
cicatrizar la misma herida 50 o 100 veces termina creando una placa
cicatricial, rígida –por lo tanto más fácil de romper en caso de aumento
puntual de la presión sanguínea–, espesa, fibrosa y llena de ácidos grasos en
el centro –pero muy poco o nada de colesterol– que pueden oxidarse y crear a su
vez irritación e inflamación en un círculo vicioso difícil de parar si no se cambia de dieta.
La conclusión es que el colesterol no
tiene nada que ver con el desastre cardiovascular al que se ve abocado, lenta
pero inexorablemente, el organismo… si no que es la molécula encargada de paliar
los daños más severos en situación de emergencia.
Inflamación y alimentos.
Los alimentos tóxicos no son las
grasas naturales contenidas en los
alimentos naturales, si no, sobre
todo, los carbohidratos refinados.
Para que te hagas una idea, hablamos
del exceso de azúcares y de harinas refinadas, cosas como bollos, sodas,
alimentos “bajos en grasas”, pastelitos, barras energéticas… cereales de
desayuno y zumos de fruta envasados, llenos de azúcar en ambos casos, entran en
esta categoría.
Se puede añadir el abuso de alimentos industriales trufados de conservantes, que
pueden ir desde un queso para untar hasta un embutido, teniendo en cuenta que,
asimismo, las grasas hidrogenadas trans
de la mayoría de los alimentos industriales, incluyendo las margarinas, son
tóxicas.
Y un consumo mínimo o nulo de
ensaladas y verduras crudas y cocinadas.
De manera muy esquemática, podría
decirse que esta es la dieta aproximada de una gran parte de la población
actual. Es la dieta que termina produciendo enfermedades cardiovasculares, pero
también diabetes de tipo 2, alergias y asma en niños, artritis y artrosis en
personas más mayores… y la lista de se alarga cada vez más.
Aunque no quisiera que te agobiases.
Si hay un tema delicado, es el de la
comida. Como ya he escrito varias veces en este blog y también aseveran las dos
grandes medicinas naturales de la tierra, que son la china y la ayurvédica, la
dieta perfecta para todo el mundo y en toda circunstancia no existe.
La lectura de libros sobre dietas perfectas, desarrolladas por médicos o
nutricionistas en países y condiciones muy específicos, es gran productora de
angustia. Las dietas vegetariana, paleolítica, crudívora, vegana, sin gluten,
sin lactosa, cetógena y demás, son indudablemente adecuadas para casos o
creencias particulares y también para enfermedades concretas, pero no para todo
el mundo, lo que se observa viendo que todas son distintas y unas prohíben lo
que aconsejan las otras.
Si no tienes problemas de salud, lo
que yo siempre sugiero es el régimen tradicional, refiriéndome con ello a la
cocina tradicional de tu país. Es evidente que tradicionalmente no se come igual en Austria, en México, en España
y en Colombia.
La cocina tradicional se adapta al
clima, utiliza los productos de la zona y no hace un uso excesivo de los alimentos
tóxicos que he descrito brevemente más arriba. Es, justamente, cuando se deja
de hacer la cocina tradicional y se empieza a comer un día sí y otro también
alimentos y sodas industriales que empiezan los problemas.
Lo que tampoco significa que vayas a
cocinar como tu abuela, puesto que probablemente no trabajas en las mismas
condiciones, pasas menos frío y estás expuesta a más substancias tóxicas.
Lo que es importante en la cocina
tradicional es que se supone que compras la mayoría de los productos sin
transformar y que los cocinas con una grasa natural, sea esta aceite de oliva
virgen extra, manteca de cerdo, mantequilla, aceite de coco, etc. dependiendo
de los usos de cada país. También que tomas suficientes ensaladas y verduras,
preferentemente ecológicas.
Sin embargo no te fíes de todas esas
grasas que jamás se usaron en la cocina de tu tierra y que pueden ir del aceite
de girasol refinado a la grasa de palma y otros aceites transformados para que
sean sólidos y que son tóxicos para nuestro organismo.
Puede que todavía cocines algo, pero
poco y que no veas la manera ni tengas el tiempo para dedicarte a recrear
recetas de tu madre o de tu abuela. También es posible que, siguiendo una
cierta idea de la dieta sana, comas muy poca grasa. Además empiezas a tener
molestias que achacas a la menopausia y, si no tomas suficiente grasa
probablemente tomes demasiado azúcar o productos con azúcar escondido. En estos
casos lo que yo sugiero como mínimo es una o dos ensaladas diarias antes de la
comida y/o la cena dependiendo de si es invierno o verano y de lo que tu veas
que te apetece.
Y una ensalada no es una triste hoja
de lechuga. Puedes añadir según la época del año remolacha, nabos, rábanos,
zanahorias… todo crudo y rallado, además de semillas de girasol, de calabaza,
nueces, germinados... Todo generosamente regado con un buen aceite que puede
ser de oliva virgen extra. El tomar una ensalada antes de la comida, cambia la
forma de apreciar los alimentos, es muy probable que empieces a disminuir
naturalmente tu ingestión de productos con azúcar y que te replantees lo que
comes.
El caso siguiente es que tu cuerpo
está ya dando señales de intoxicación grave, tienes triglicéridos elevados,
glicemia alta y el colesterol disparado –más de 300–. Recuerda que el
colesterol es la molécula reparadora… el cuerpo está produciendo más en un
intento de retrasar la catástrofe que se avecina.
Necesitas una dieta que cambie
radicalmente tus hábitos de comer, porque podría ser que ya no te queda mucho
tiempo antes de ponerte realmente enferma. Yo sugiero que esto se haga siempre
con el apoyo de un profesional nutricionista y que se elija la dieta que más se
adecue a la persona, puede ser el régimen hipotóxico de Seignalet, o una dieta vegetariana
de tipo ayurvédico o una cetógena como la recomendada por el Dr. Perlmutter. Se
puede eliminar completamente el gluten y la lactosa si se sospecha de intolerancias,
o simplemente reducirlo.
Hay que adaptarse y también hay
docenas de libros en el mercado dónde buscar información.
Una cura semejante, pone en contacto
con el cuerpo y la intuición por lo que después la persona sabe instintivamente
que comidas le sientan bien y cuáles no… probablemente podrá volver a tomar un
corderito asado de vez en cuando con un buen vino y unos huevos fritos con
chorizo, pero no le apetecerá nada la comida basura.
Estoy tomando estatinas ¿qué
hago?
Con la información que ya tienes,
tendrás que tomar tú la decisión de si las tiras a la basura o no. De hecho, si
tu médico te ha recetado estatinas es
que todavía no se ha enterado de nada y está convencido de qué hay estudios científicos que muestran que las estatinas disminuyen el riesgo cardiovascular
bajando el colesterol.
¿Cómo puede estar equivocado hasta ese punto?
Traduzco al profesor Philippe Even
que, en una entrevista concedida en febrero del 2013 (8) dijo lo siguiente:
"He analizado cada uno de los 46 más grandes estudios realizados sobre
230 000 pacientes, todos financiados por la industria (farmacéutica) salvo tres, los únicos tres, por cierto, con resultados negativos: en
el momento que no se trata de la industria se dice la verdad.
Todos los otros
están falsificados en cada etapa: selección de enfermos, criterios de
evaluación del medicamento, retirada de los resultados negativos, métodos
estadísticos manipulados e ilícitos, presentación de resultados distorsionada
haciendo creer en reducciones “significativas” de 10% a 20% de la mortalidad,
cuando se trata de reducciones estadísticamente no significativas del orden de
0,2 %, es decir 99,8% de fracasos…( )
Después
del estudio viene la redacción del artículo, llevada a cabo por médicos pagados
por la industria y aquí es la colección
de mentiras. El artículo arregla los resultados del estudio, él mismo ya optimizado.
Le sigue un resumen que no retiene más que los argumentos a favor de las
estatinas. El resumen se termina con una conclusión de tres líneas que va
todavía más lejos en este sentido, así como el título elegido.
Todo precedido
por un editorial triunfalista, redactado por un líder de opinión universitario
financiado por la industria, que elogia todavía más los maravillosos
resultados.
El método es remarcablemente eficaz, puesto que la mayoría de los
cardiólogos no leen más que el resumen y a veces sólo el título y el editorial,
o incluso nada, puesto que están convencidos de antemano…"
Me parece que no hay más que añadir,
salvo una excepción: las personas afectadas de hipercolesteremia familiar, que
es una enfermedad rara, tienen que ser consideradas aparte y necesitan un
seguimiento médico específico.
Para ojear mis otros libros y saber más sobre mí puedes ir AQUÍ.
(1) Philippe Even. La Verité sur le Cholestérol. Ed. du Cherche-Midi, 2013.
(2) Andreas Moritz. Los secretos eternos de la salud. Medicina de vanguardia para el siglo
XXl. Ed. Obelisco 5ª edición 2010.
(3) Ravnskov U. et al. Lack of an association or an inverse association between
low-density-lipoprotein cholesterol and mortality in the elderly: a systematic
review. BNJ Open 2016; 6: e010401.
(4) Michel de Lorgeril. Cholestérol, mensonges et propagande.
Ed. Thierry Souccar, 2013.
(5) Pearlmutter D, Loberg K. Cerebro
de pan. Grijalbovital, 2014.
(6) Petousis-Harris H. Saturated fat has been unfairly demonized: yes. Primary Health Care
2011; 3,4: 317-319.
(7) Ridker PM et al. Antiinflamatory therapy with Canakinumab for atherosclerotic disease.
N Engl J Med 2017; 377: 1119-1131.
(8) Entrevista en “Le Nouvel Observateur “ del 14-20 de febrero del 2013.
Excelente! clarísimo y muy revelador. Gracias
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